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jueves, 8 de julio de 2010
El diseño se debe dar con cierta naturalidad, basándonos en la vida y en el que lo va a vivir, y en cómo se negocia con el hábitat, tomando partido y, finalmente siempre, logrando que se pongan de acuerdo todos los involucrados. Así entonces la arquitectura de hoy en día es un compromiso más que con el hombre con el medio y en ello debemos estar claros contextualmente. La motivación para querer modificar los espacios debe ser pensando siempre en un sinnúmero de condicionantes que conforman la vida misma.

Frente a las difundidas ideas acerca de la pérdida de centralidad objetiva de la arquitectura en las “sociedades avanzadas”, nosotros tenemos la obligación moral de la construcción de renovadas formas funcionales del espacio de vida. En este caso, la renovada centralidad está asociada con su espacialidad, que superpone actividades diversas que van desde la vida residencial, laboral, urbana, y territorial con la consistencia de un todo y un nada como elementos interpuestos en el diseño del medio de vida humano. Así, el espacio doméstico debe articular física y orgánicamente la familia y su entorno de actividad, cuestión que se analiza a través de los espacios de vida y espacio vividos. Estos fenómenos complejos cuestionan los opuestos de la modernidad (como “lugar de trabajo/lugar de residencia”, “público/privado”), y manifiestan la imposibilidad de comprenderlos con categorías dicotómicas y “a-espaciales”, como mucho tiempo lo hicieron ciertos estudios y maneras de pensar acerca de la actividad del hombre.

En los últimas décadas se ha cobrado consciencia acerca de la influencia que tienen los espacios urbanos, las estructuras arquitectónicas y el mobiliario dentro de la vida cotidiana de quienes las usan, pues no son sólo, como a veces se cree, el “escenario” en el que trascurren los acontecimientos o actúan los seres humanos sino que pueden ser determinantes en la consecución de una historia en nuestra profesión. Lo que se busca con el diseño es motivar la reflexión acerca de la manera en que los cambios arquitectónicos y urbanos influyen en la vida cotidiana de la comunidad, comunidad que debe dejar ser pasiva y pase a vigilar y participar en los espacios, generando vida en estos a tal punto que se pueda a ciencia cierta decir que “los espacios son y tienen vida, sentidos y vivencias”.

La mayor parte de los cambios que se han llevado a cabo han ocurrido sin la consulta a la comunidad que los ha sufrido, especialmente en lo urbano. Normalmente se realizan cambios sin pensar en las consecuencias que pueden tener. Esto conduce a un contexto descontextual y poco conceptual que hace que la vida en los espacios esta sentenciada a morir en ellos y que sus usuarios tiendan a buscar otras especialidades en las que no han intervenido de forma conceptual acertada los arquitectos.

Los espacios que diseñamos deben garantizar el ejercicio de los derechos de vida individuales y colectivos, según sea el caso, y esto se logra mediante la promoción de valores de uso de esos espacios, el respeto a la individualidad y el derecho a la colectividad, el uso y cuidado del espacio, la apropiación del mismo ( sentido de pertenencia ), para que cada día más los que viven ese espacio, los que lo usan y los que la visitan, podamos sentir que la especialidad es nuestro hábitat con pertenencia, deberes y derechos. Ese es, lo que bien se conoce como el “derecho a la vida en un espacio vívido” que debe ser la propuesta de todo diseñador de espacios, por que estos evocan pasado, presente y nuestro futuro.